"[...] El político como usuario del lenguaje lo utiliza en su aspecto disuasorio. Gobernar hoy como ayer en el régimen partidocrático no es otra cosa que persuadir, y es por ello que en el lenguaje de "este político" se destaca claramente el aspecto suasorio. [...]
[...] En cuanto al tipo de lenguaje, entre formalizado y natural, el político utiliza el lenguaje vernáculo haciendo uso de la lengua de su comunidad de pertenencia en su aspecto cotidiano e incluso familiar, a fin de poder utilizar todos los recursos disuasorios que el lenguaje permite, fundamentalmente, la apelación a los efectos emotivos, sobre todo la emoción patriótica. Cuando un político se traslada a una comunidad lingüística que no es la suya la utilización del paralenguaje o lenguaje gestual reemplaza la discurso articulado. El objetivo es siempre el mismo: la persuasión del receptor de que él, el político, es el mejor medio para realizar lo que debe ser. ¿ Y por qué él es le mejor? Porque él vende a través de su autopropaganda la imagen de una personalidad superior al común de la gente. A esta situación del lenguaje podemos denominarla ostensiva, porque corresponde la uso del lenguaje en su tarea de mostración de algo. Pero ¿ cómo se ostenta?. Con el complemento de otra función que podríamos denominar prometiente, entendida como expresión de vana promesa, a través de la cual simula adquirir una obligación que en caso de no ser cumplida no lo desprestigie ante el pueblo-receptor. En una palabra, el discurso político de la partidocracia de nuestros días puede resumirse como: un compromiso que no compromete."
Extraído de la obra Ensayos de Disenso ( Sobre Metapolítica) de Alberto Buela. Ed. Nueva República. 1999.