http://digart3.wordpress.com/2008/06/17/el-fin-de-la-sanidad-publica/
La izquierda tradicional y atávica, siempre fiel aliada de los tópicos y lemas pueriles, atascados en un pasado marcado por los ideales inoperantes predica - ya sean unos fieles servidores del capital, como son los partidos institucionales o unos boceras “revolucionarios pinta paredes” - como propia la defensa de la sanidad pública.
Y razón no les falta pues es lo público el objeto fundamental de su idiosincrasia. No comprenden, no obstante, que la calidad debe ser condición necesaria de lo público o su existencia será poco menos que ineficaz. El derecho de los ciudadanos a la sanidad pública es inviolable. Pero a una sanidad de calidad. Lo demás son soluciones ridículas, aun públicas.Lo público es un medio para alcanzar la excelencia en los servicios a los que tiene derecho el ciudadano.
Sin la aceptación y comprensión de ambos conceptos indispensables, la defensa de la sanidad está vacía de contenido.
Es noticia de actualidad que no hay facultativos suficientes para cubrir los puestos que requiere la sanidad pública en los próximos años. Las soluciones que plantean los gerifaltes que nos gobiernan pasan por meter inmigrantes, con supuestos títulos de medicina y enfermería, para ejercer en el sistema público de salud. Debido a la dificultad para validar los títulos de esta gente, se reducen los criterios necesarios para ejercer en nuestro país. A partir de ahora, la gripe se curará con escamas de lagartija mezcladas con ojos de murciélago. La otra opción es aumentar el número de facultades.
Sobre la primera solución, ya hay un antecedente en la península.
Recuerden la proliferación de dentistas, a finales de los 80 y principios de los 90, que se reprodujeron como hongos por España. Tiraron los precios de sus servicios y se cargaron la boca de medio país. Hoy ya no quedan más que las secuelas pues, ciertamente, han desaparecido, en su mayoría – solo quedan los diligentes-..
Sobre la segunda opción, que decir que no sea evidente: saturar el mercado de los facultativos con el fin de mantener los precios bajos, es decir, justificar los salarios ridículos que se pagan a médicos y enfermeros – no olvidemos que un error de estas personas puede ser fatal-. Ese es el objetivo de estas políticas para mejorar la santidad pública. Practica muy habitual en el resto de sectores profesionales, véase Derecho como paradigma.
Con tales medidas, el sistema público de salud está asegurado – o eso nos cuentan-. Pero… ¿Y la calidad?.
La izquierda tradicional arguye que esto es mejor que nada y que “lo importante” es la pervivencia del sistema de salud. Además, el hecho de ingresar inmigrantes en el circuito sanitario es muy políticamente correcto, por no hablar de que masificar la universidad es uno de los objetivos de esa izquierda mediocre qué, supuestamente, defiende al obrero. En otras palabras, prima la cantidad sobre la calidad.
Sobre el mismo tema, la derecha lo tiene aun más claro: “Esto es lo que hay. Si os gusta bien y si no, al sector privado”.
Seamos serios. La solución pasa por retribuir en función del valor – el merito- y el de los profesionales de la medicina es de los más altos. Nuestros médicos y enfermeros marchan a Europa donde los recompensan conforme a su auténtico valor. ¿Cómo se van a quedar aquí, donde cobran lo mismo que el primero que pasa con un título sin convalidar cuando ellos se han roto los codos durante años?. ¿Acaso es justo que cobre lo mismo un médico que ha dedicado más de la mitad de su tiempo a formarse que otro que se sacó el título en una de las 200.000 facultades sin pegar palo al agua?.
La lucha es por la sanidad pública y de calidad… las migajas, para quién las predica.