Hoy, José Velarde, con su poema Tempestades. No se trata de ningún pensador ni filosofo pero su poesía comparte el mismo espíritu con todos los autores que hemos publicado hasta el momento.
José Velarde (1849-1892).
Tempestades.
I.
Como produce estancamiento insano,
si es duradera, la apacible calma,
amo la tempestad embravecida
que esparce los efluvios de la vida
al romper en los cielos o en el alma.
II.
El rugiente Océano
cuando lo azotan roncos vendavales,
se corona magnífico de espumas,
cuaja en su seno perlas y corales
y vida emana levantando brumas;
y el pantano sereno,
traidor oculto bajo verde lama,
asilo es de reptil y forma el cieno,
que, implacable, mortífero veneno
por la tranquila atmósfera derrama.
III.
Cuando se tiende, como negro manto,
en el azul fluido,
espesa nube produciendo espanto,
súbito el rayo rásgala encendido,
resuena conmoción atronadora,
y el nublado espantoso, estremecido,
en lluvia se deshace bienhechora.
IV.
Cuando chocan las nubes, en la mente
vibra y relampaguea,
como rayo fulgente,
la luminosa idea;
con voz de trueno la palabra brota,
y el nublado iracundo
va cayendo deshecho gota a gota,
en lluvia de verdades sobre el mundo.
V.
En el fondo del mal el bien palpita;
el ánimo, enervado en los placeres,
cobra en la adversidad fuerza infinita,
y en el laboratorio de los seres,
todo aquello que ha muerto, resucita.
La tormenta es presagio de bonanza;
del desengaño nace la experiencia;
de la duda, la ciencia,
y del triste infortunio, la esperanza.
Un espinoso arbusto da la rosa;
sale volando de la larva inerte,
como una alada flor, la mariposa;
brilla el iris en nube ennegrecida,
y bullen en el seno de la muerte
los gérmenes fecundos de la vida.
VI.
La gloria es grande, si la lucha es fuerte;
la estatua a golpes de cincel se labra;
la tierra, con el hierro del arado,
y el error de su altar cae desplomado
al golpe inmaterial de la palabra.
El seno se desgarra al nacimiento;
la religión se prueba en el martirio;
la virtud es combate turbulento;
el genio, tempestad, fiebre, delirio.
Al soplo del simún crecen las palmas;
surgen de las borrascas las centellas;
del incendio del caos las estrellas,
¡y el amor, del incendio de las almas!
VII.
El vértigo en el caos se desata;
a una explosión de vaporosas moles,
el espacio se forma y se dilata,
y lo surcan estrellas, mundos, soles,
volteando en hirviente catarata,
entre nubes y truenos y arreboles:
llena el fiat de luz toda la esfera,
y es la creación la tempestad primera.
VIII.
La negra sombra se condensa, crece,
y el espléndido azul del cielo empaña;
mas súbito lo alumbra y lo enrojece
vivo incendio que brota en la montaña;
El Sinaí gigante se estremece;
derriba el cedro el aquilón con saña;
rueda el trueno en los aires retemblando;
brama la tempestad… ¡Dios está hablando!
IX.
Se eclipsa el claro sol y zumba el noto;
se abre en curvo zig-zag la roca dura;
sacude mar y tierra el terremoto;
sale de la volcada sepultura
el esqueleto carcomido y roto,
y oyen los hombres con mortal pavura
la borrasca, que entona el miserere,
¡ay!, a Jesús, que por salvarnos muere.
José Velarde (1849-1892).
Tempestades.
I.
Como produce estancamiento insano,
si es duradera, la apacible calma,
amo la tempestad embravecida
que esparce los efluvios de la vida
al romper en los cielos o en el alma.
II.
El rugiente Océano
cuando lo azotan roncos vendavales,
se corona magnífico de espumas,
cuaja en su seno perlas y corales
y vida emana levantando brumas;
y el pantano sereno,
traidor oculto bajo verde lama,
asilo es de reptil y forma el cieno,
que, implacable, mortífero veneno
por la tranquila atmósfera derrama.
III.
Cuando se tiende, como negro manto,
en el azul fluido,
espesa nube produciendo espanto,
súbito el rayo rásgala encendido,
resuena conmoción atronadora,
y el nublado espantoso, estremecido,
en lluvia se deshace bienhechora.
IV.
Cuando chocan las nubes, en la mente
vibra y relampaguea,
como rayo fulgente,
la luminosa idea;
con voz de trueno la palabra brota,
y el nublado iracundo
va cayendo deshecho gota a gota,
en lluvia de verdades sobre el mundo.
V.
En el fondo del mal el bien palpita;
el ánimo, enervado en los placeres,
cobra en la adversidad fuerza infinita,
y en el laboratorio de los seres,
todo aquello que ha muerto, resucita.
La tormenta es presagio de bonanza;
del desengaño nace la experiencia;
de la duda, la ciencia,
y del triste infortunio, la esperanza.
Un espinoso arbusto da la rosa;
sale volando de la larva inerte,
como una alada flor, la mariposa;
brilla el iris en nube ennegrecida,
y bullen en el seno de la muerte
los gérmenes fecundos de la vida.
VI.
La gloria es grande, si la lucha es fuerte;
la estatua a golpes de cincel se labra;
la tierra, con el hierro del arado,
y el error de su altar cae desplomado
al golpe inmaterial de la palabra.
El seno se desgarra al nacimiento;
la religión se prueba en el martirio;
la virtud es combate turbulento;
el genio, tempestad, fiebre, delirio.
Al soplo del simún crecen las palmas;
surgen de las borrascas las centellas;
del incendio del caos las estrellas,
¡y el amor, del incendio de las almas!
VII.
El vértigo en el caos se desata;
a una explosión de vaporosas moles,
el espacio se forma y se dilata,
y lo surcan estrellas, mundos, soles,
volteando en hirviente catarata,
entre nubes y truenos y arreboles:
llena el fiat de luz toda la esfera,
y es la creación la tempestad primera.
VIII.
La negra sombra se condensa, crece,
y el espléndido azul del cielo empaña;
mas súbito lo alumbra y lo enrojece
vivo incendio que brota en la montaña;
El Sinaí gigante se estremece;
derriba el cedro el aquilón con saña;
rueda el trueno en los aires retemblando;
brama la tempestad… ¡Dios está hablando!
IX.
Se eclipsa el claro sol y zumba el noto;
se abre en curvo zig-zag la roca dura;
sacude mar y tierra el terremoto;
sale de la volcada sepultura
el esqueleto carcomido y roto,
y oyen los hombres con mortal pavura
la borrasca, que entona el miserere,
¡ay!, a Jesús, que por salvarnos muere.