viernes, 26 de diciembre de 2008

Cultura Alternativa X


Jordi de la Fuente (1986).

El Estado, Antítesis del Proceso de Globalización.

Globalización y Estado.

[…]

Actualmente se discute que el papel del Estado, y más en concreto el del Estado-nación, está en declive. Las razones para corroborar esta afirmación residen en la naturaleza de la Globalización: la Transfronterización, el Cosmopolitismo Universal y el Gobierno Supraestatal, es decir, la negación de los tres elementos puros del Estado: Territorio, Población y Gobierno. En este sentido, cabe analizar los nuevos alter-elementos generados:

- Transfronterización: la Globalización se caracteriza por una relación física tan conocida como la de la velocidad igual a espacio entre tiempo (V = E/T). Significa que, a un mayor espacio que abarca la Globalización como fenómeno económico, cuanto más se expande el mercado mundial capitalista hacia nuevos Estados y regiones, y a un menor tiempo, todo ello facilitado por el avance impresionante de las tecnologías y las telecomunicaciones, la velocidad aumenta de una forma espectacular. De esta forma afirmamos que la Globalización es cada día más rápida y que su espacio es mayor ante la eliminación de aranceles comerciales, la internacionalización de los mercados de las finanzas, el florecimiento de grandes empresas multinacionales “apátridas” cuya sede social se encuentra en el Estado donde más se vean favorecidos según tasas e intereses. Podemos afirmar que las fronteras se reducen a lo político estrictamente, y que chocan de lleno con el discurso humanista y cosmopolita siguiente.

- Cosmopolitismo Universal: lo que antes caracterizaba al Estado era el poder aglutinar en su interior a un conjunto de comunidades e individuos de origen idéntico o similar, cuando no distinto, pero que el Estado mismo se ha encargado de “hermanar” de manera que la identificación de sus posibles distintos grupos sociales de identidades etnoculturales se identifiquen con ese mismo proyecto político único. Hoy en día la realidad económica del Tercer Mundo obliga a sus habitantes a buscar la prosperidad en otras tierras distintas a las de origen, y esas “tierras prometidas” son los Estados del llamado Occidente. Esto crea un nuevo escenario de convivencia entre identidades antes estatales (caso español) o sub-estatales (como el caso catalán) e identidades foráneas completamente distintas a las recibidoras de nueva población. Ello, acompañado de un discurso de humanismo fraternalista, de “patria mundial” y de Derechos Humanos Universales, conlleva a la configuración de una nueva realidad que el Estado debe asumir, la homogeneización de nuevo de sus habitantes con la reincorporación de los recién llegados. Su Población ha sufrido una modificación que puede hacer replantear al Estado algunos aspectos de su Weltanschauung y del trato con sus siervos.

- Gobierno Supraestatal: aquí el Estado juega su última carta política exclusivamente, la de mantener su soberanía en ciertos ámbitos que definen su independencia y la salvaguarda de esta (el ejemplo más claro: la defensa). Ya que la economía está transfronterizada y las empresas nacionales tienen todas las que perder con empresas más competitivas ya “apátridas”, ya que la Población está en una fase de “asimilación” con nuevos habitantes de orígenes diversos, el Estado intenta por todos les medios mantener una posición de fuerza como actor internacional con voz y voto. El ejemplo más claro es la lentitud en el avance del Gobierno “mundial” de Naciones Unidas, en el que los Estados se resisten a ceder más competencias soberanas con tal de poder seguir manteniendo el rol de actor internacional y por ende poder ser sujeto de negociación en el ámbito que sea sin necesidad de consultar ni “pasar el filtro” de ninguna organización internacional. Caso distinto en este último aspecto es el de la Unión Europea, en el que el nivel de integración estatal es muy elevado, pero que sigue siendo insuficiente como para estar hablando de un único actor internacional.
Esta es la baza desesperada con la que juega el Estado para mantener el Poder, no ya en su interior, que lo sigue detentando, sino respecto a los demás Estados.

Según algunos autores, esta voluntad de manutención de soberanías claves viene a concluir que la Globalización no hace más que reforzar el papel de los Estados, pero observando los otros dos puntos anteriores, podemos constatar que es al contrario, que este aparente “reforzamiento” es sólo una reacción de supervivencia del Poder para no ser absorbido por uno mayor y más amorfo. Por eso, todo tratado, ley o acuerdo internacional que no haya sido realizado por una organización internacional sino por Estados independientemente, tiene todos los puntos para ser un texto de refuerzo individual del papel del Estado en la esfera de la política, la economía y del Poder.

Existen a partir de aquí dos visiones enfrentadas de cómo el Estado puede sobrevivir a la Globalización.
La primera consiste en el fortalecimiento de los actuales Estados-nación, de la reafirmación de su soberanía por encima de todo acuerdo, lo que comporta a una situación tensa entre Estados geográficamente cercanos y recordando una situación parecida a las del siglo XIX y XX. Esta visión chauvinista del Estado se resiste a abandonar el comportamiento exclusivista y debilitante respecto a unos Estados-potencia que tienden a engullir a los pequeños en organizaciones, tratados y alianzas antinaturales que acaban por convertir a los Estados exclusivistas en meras colonias de algún aspecto – o de todos – de la gran potencia ( lo militar, lo económico, lo cultural ).
Por otro lado está la concepción de las “Grandes Patrias”, esta es, la de la creación de bloques geopolíticos unidos bajo una forma de Estado único y descentralizado que propicie la aparición de una competencia “de igual a igual” de estos bloques con los Estados-potencia. Estos bloques podrían corresponder a la América central y del sur, al subcontinente indio, África subsahariana, la “Nación Islámica” africano-asiática, y la Europa unida a Rusia – otras teorías dentro de este bloque abogan por la unión de Eurasia al completo-. Esta visión que esgrimen pensadores que asesoraron desde a Hugo Chávez hasta Vladimir Putin (como Norberto Ceresole y Alexander Duguin, respectivamente) intenta buscar un freno al super-desarrollo de los EE.UU. y de China como los dos grandes Estados-potencia que, de no surgir estas nuevas uniones continentales, marcarían a voluntad el destino de los pueblos del mundo tal y como sucedió en la Guerra Fría entre los mismos EE.UU. y la U.R.S.S., en distintas condiciones. Sería una unión bastante inspirada en la idea de IMPERIVM romano más que en una unión federal clásica al estilo norteamericano. Se hablaría pues de crear “supernaciones” con un Territorio, una Población y un Gobierno de grandiosas dimensiones pero justamente antiglobalizadoras en el sentido del respeto total hacia las identidades que componen estas nuevas formas, esto es, que el combate identitario sea el cuadrilátero sobre el que se enfrentarán las potencias, la homogeneización globalizadora frente la heterogeneidad identitaria. No sería una simple unión geográfica, sino estratégica, controlando las vías directas de comunicación marítimas y terrestres entre zonas geográficas cuya Población es más o menos “homogénea”1.

Para concluir con este capítulo, cabe decir que la Globalización se ha convertido en el enemigo principal del Estado si busca su supervivencia intemporal, habiendo sido este mismo fenómeno mundial un hijo “indeseado” del mismo Estado que se emparejó con el sistema económico capitalista. El capitalismo, irremediablemente, por su propia naturaleza que necesita expandir el mercado, su oferta y su demanda, cada vez a más número de oferentes y demandantes para poder sobrevivir, ha engendrado al fenómeno de la Globalización, en la idea subyacente de progreso infinito que va ligada a la de capitalismo. Es así como el Estado se ha topado con el obstáculo que le hará redefinir su propia naturaleza y decidir qué camino debe tomar para su supervivencia como organismo independiente y soberano de sí mismo: si un recorrido en soledad y en plena competencia con multitud de Estados similares – desembocando irremediablemente en nuevos conflictos que no pueden hacer más que reforzar a los grandes Estados-potencia – o bien la unión de selectos Estados con unas necesidades similares alrededor de unos nexos, sean estos identitarios o sean geoestratégicos puramente, en grandes bloques geopolíticos capaces de competir con los Estados-potencia que imperarán en el mañana.

1 No es del todo correcta esta expresión. Puede existir afinidad entre Poblaciones, como es el caso europeo y de la “Nación Europea” por su origen mayoritariamente común – indoeuropeo – y su raíz cultural y social basada en estructuras muy parecidas y que realmente partieron de una misma forma tribal organizativa. También es el caso de la “Nación islámica”, fundamentalmente por la conservación del factor religioso y por su capacidad aglutinante que aún conserva, pese a los intentos de EE.UU. de desestabilizarlo con alianzas entre Estados como Marruecos, Egipto o Arabia Saudí y EE.UU. El caso centro-suramericano tiene que ver con su pasado colonial y la necesidad estratégica por encima de cualquier pauta cultural, que también existe, común. El subcontinente indio es sumamente grande, homogéneo y contenedor de la política china y por ello mismo es justificable. El África subsahariana es eminentemente de tradición muy particular y su unión estaría ligada a un criterio de homogeneidad de grandes rasgos identitarios y de necesidad total frente a la agresión de las demás potencias, siendo este área especialmente vulnerable en sus comienzos. De todas formas, esta discusión teórica puede carecer de peso en el momento que hablamos de Realpolitik y juegos de diplomacias.