La historia del Alcázar de Madrid se remonta a los orígenes mismos de la ciudad, más concretamente a su fundación por el emir musulmán Muhammad ben Abd al Rahmman entre los años 850 y 866 con una función puramente militar; esto es, reforzar el sistema defensivo de la Marca Media. Poco sabemos sobre el Alcázar musulmán, que debió ser un simple castillete que junto con la muralla conformaban el entramado de fortificaciones que protegían la ciudad. En cuanto a su ubicación, hay varias interpretaciones; una tradicional, según la cual estaría situado sobre el posterior Alcázar -actual Palacio Real-, y otra más reciente que lo emplaza más al sur, entorno a la ladera norte de la calle Segovia.
Del mismo modo, vuelven las controversias en los años posteriores a la conquista cristiana; así, mientras que para unos la antigua fortaleza musulmana fue paulatinamente reformada por diversos reyes castellanos, otros hablan de construcción ex novo ya sobre el solar del actual Palacio Real.
Sea como fuere, lo cierto es que el Alcázar madrileño no empieza a alcanzar cierta entidad hasta que la dinastía de los Trastámara lo elige como residencia regia, convocando en la Villa cortes sucesivamente. Así, Enrique III -según nos cuenta León Pinelo-, le confirió un aspecto más palaciego, realizando para ello diversas obras de importancia como el levantamiento de algunas torres. La misma política siguió su hijo, Juan II, quien también realizó importantes reformas como la construcción de una nueva capilla, y de una sala, que decorada con un gran lujo se la acabó conociendo como la “Sala Rica”.
Posteriormente, Enrique IV eligió de nuevo el Alcázar como una de sus residencias favoritas, y en él residió durante largas temporadas, naciendo en una de sus salas Juana la Beltraneja, el 28 de febrero de 1462. Pocos años después, tras el estallido de la guerra civil, el edificio sufrió numerosos daños puesto que en 1476 los seguidores de la Beltraneja fueron sitiados en el recinto por las tropas de Isabel I.
Poco a poco el Alcázar madrileño se fue convirtiendo en una de las residencias reales más importantes del reino de Castilla, a pesar de los destrozos que sufrió durante la Guerra de las Comunidades, y de servir de prisión al rey Francisco I de Francia tras su captura en la batalla de Pavía (1520).
En 1536, el emperador Carlos V decidió otorgarle una impronta más cortesana y palaciega, encargando su reforma a los maestros Luis de Vega y Alonso Covarrubias, quienes además de renovar las estancias ya existentes, duplicaron la superficie del edificio con la construcción de un nuevo cuarto para la reina entorno a un segundo patio, y una nueva fachada rematada por las armas imperiales.
Pero el personaje clave en las obras de modernización y ampliación del Alcázar va a ser sin ninguna duda Felipe II. Ya desde su primera regencia en 1543, el todavía príncipe imprimió un nuevo ritmo a las obras, que se incrementará más aún si cabe a partir de 1561, cuando decide trasladar la Corte a Madrid.
Paralelamente, Felipe II ordenó al arquitecto Juan Bautista de Toledo que se pusiera al frente de las obras, siendo este autor el que consolide definitivamente el Alcázar como la principal residencia real. Juan Bautista de Toledo, remodeló principalmente la parte más antigua, reconstruyendo salas, levantando galerías, y sobre todo, construyendo la denominada Torre Dorada en el extremo sudoeste.
No acabaron aquí las obras del Alcázar, pues prosiguió su renovación durante los siguientes reinados. La fachada sur fue reformada con Felipe III y Felipe IV. El proyecto inicial, que pretendía uniformizar las trazas del edificio con las de la Torre Dorada, fue realizado en 1609 por Francisco de Mora. Pero fue el sobrino de éste último, Juan Gómez de Mora, quien se hizo cargo de su construcción introduciendo algunas modificaciones respecto al proyecto original -portada y tres torres más-, aunque sólo se realizó en parte.
Durante el reinado de Carlos II continuaron las obras; se remató con un capitel la llamada Torre de la Reina (simétrica a la Dorada), y se cerró la plaza sur mediante algunas dependencias y galerías. Esta plaza será testigo de la proclamación de Felipe V el 24 de noviembre de 1700.
Con Felipe V comienza la última etapa en la historia del Alcázar de Madrid. Ésta, se caracterizará por las exhaustivas obras de reforma interior que llevó acabo la nueva dinastía para adecuar el viejo palacio al gusto francés, y que tendrán como protagonistas indiscutibles a la reina María Luisa de Saboya y sobre todo a su camarera mayor, Ana María de la Tremoille, princesa de los Ursinos. La princesa, hasta la muerte de la reina en 1714, fue quien al margen de toda burocracia ordenaba las obras en palacio, que eran ejecutadas por el arquitecto Teodoro Ardemans, y en una fase posterior por el francés René Carlier.
Finalmente, después de la llegada de Felipe V a España y hasta su completa destrucción en el día de Navidad de 1734, el Alcázar siguió conservando sus magníficas colecciones pictóricas, pero las reformas que se emprendieron -encomendadas por la princesa de los Ursinos al taller de Robert de Cotte- cambiaron por completo el sentido de la decoración del edificio al desaparecer la idea de muros lisos y neutros aptos para ser tapizados de cuadros y se pasó a confiar la decoración de las nuevas salas a boiseries, chimeneas y espejos que por sí mismos constituyeron el principal elemento decorativo.
Pocos años después, concretamente en la Nochebuena de 1734, y hallándose la corte en el Pardo, un incendio que se prolongó durante cuatro días redujo a cenizas los siglos de historia del Alcázar.
http://www.diariomadrid.eu/__n451625__historia-el_alcazar_de_madrid.html
Del mismo modo, vuelven las controversias en los años posteriores a la conquista cristiana; así, mientras que para unos la antigua fortaleza musulmana fue paulatinamente reformada por diversos reyes castellanos, otros hablan de construcción ex novo ya sobre el solar del actual Palacio Real.
Sea como fuere, lo cierto es que el Alcázar madrileño no empieza a alcanzar cierta entidad hasta que la dinastía de los Trastámara lo elige como residencia regia, convocando en la Villa cortes sucesivamente. Así, Enrique III -según nos cuenta León Pinelo-, le confirió un aspecto más palaciego, realizando para ello diversas obras de importancia como el levantamiento de algunas torres. La misma política siguió su hijo, Juan II, quien también realizó importantes reformas como la construcción de una nueva capilla, y de una sala, que decorada con un gran lujo se la acabó conociendo como la “Sala Rica”.
Posteriormente, Enrique IV eligió de nuevo el Alcázar como una de sus residencias favoritas, y en él residió durante largas temporadas, naciendo en una de sus salas Juana la Beltraneja, el 28 de febrero de 1462. Pocos años después, tras el estallido de la guerra civil, el edificio sufrió numerosos daños puesto que en 1476 los seguidores de la Beltraneja fueron sitiados en el recinto por las tropas de Isabel I.
Poco a poco el Alcázar madrileño se fue convirtiendo en una de las residencias reales más importantes del reino de Castilla, a pesar de los destrozos que sufrió durante la Guerra de las Comunidades, y de servir de prisión al rey Francisco I de Francia tras su captura en la batalla de Pavía (1520).
En 1536, el emperador Carlos V decidió otorgarle una impronta más cortesana y palaciega, encargando su reforma a los maestros Luis de Vega y Alonso Covarrubias, quienes además de renovar las estancias ya existentes, duplicaron la superficie del edificio con la construcción de un nuevo cuarto para la reina entorno a un segundo patio, y una nueva fachada rematada por las armas imperiales.
Pero el personaje clave en las obras de modernización y ampliación del Alcázar va a ser sin ninguna duda Felipe II. Ya desde su primera regencia en 1543, el todavía príncipe imprimió un nuevo ritmo a las obras, que se incrementará más aún si cabe a partir de 1561, cuando decide trasladar la Corte a Madrid.
Paralelamente, Felipe II ordenó al arquitecto Juan Bautista de Toledo que se pusiera al frente de las obras, siendo este autor el que consolide definitivamente el Alcázar como la principal residencia real. Juan Bautista de Toledo, remodeló principalmente la parte más antigua, reconstruyendo salas, levantando galerías, y sobre todo, construyendo la denominada Torre Dorada en el extremo sudoeste.
No acabaron aquí las obras del Alcázar, pues prosiguió su renovación durante los siguientes reinados. La fachada sur fue reformada con Felipe III y Felipe IV. El proyecto inicial, que pretendía uniformizar las trazas del edificio con las de la Torre Dorada, fue realizado en 1609 por Francisco de Mora. Pero fue el sobrino de éste último, Juan Gómez de Mora, quien se hizo cargo de su construcción introduciendo algunas modificaciones respecto al proyecto original -portada y tres torres más-, aunque sólo se realizó en parte.
Durante el reinado de Carlos II continuaron las obras; se remató con un capitel la llamada Torre de la Reina (simétrica a la Dorada), y se cerró la plaza sur mediante algunas dependencias y galerías. Esta plaza será testigo de la proclamación de Felipe V el 24 de noviembre de 1700.
Con Felipe V comienza la última etapa en la historia del Alcázar de Madrid. Ésta, se caracterizará por las exhaustivas obras de reforma interior que llevó acabo la nueva dinastía para adecuar el viejo palacio al gusto francés, y que tendrán como protagonistas indiscutibles a la reina María Luisa de Saboya y sobre todo a su camarera mayor, Ana María de la Tremoille, princesa de los Ursinos. La princesa, hasta la muerte de la reina en 1714, fue quien al margen de toda burocracia ordenaba las obras en palacio, que eran ejecutadas por el arquitecto Teodoro Ardemans, y en una fase posterior por el francés René Carlier.
Finalmente, después de la llegada de Felipe V a España y hasta su completa destrucción en el día de Navidad de 1734, el Alcázar siguió conservando sus magníficas colecciones pictóricas, pero las reformas que se emprendieron -encomendadas por la princesa de los Ursinos al taller de Robert de Cotte- cambiaron por completo el sentido de la decoración del edificio al desaparecer la idea de muros lisos y neutros aptos para ser tapizados de cuadros y se pasó a confiar la decoración de las nuevas salas a boiseries, chimeneas y espejos que por sí mismos constituyeron el principal elemento decorativo.
Pocos años después, concretamente en la Nochebuena de 1734, y hallándose la corte en el Pardo, un incendio que se prolongó durante cuatro días redujo a cenizas los siglos de historia del Alcázar.
http://www.diariomadrid.eu/__n451625__historia-el_alcazar_de_madrid.html