lunes, 18 de mayo de 2009

Isaac Albéniz: pasión por España


En el centenario de la muerte del genial compositor español Isaac Albéniz (nacido en Camprodón, Gerona, el 29 de Mayo de 1860, y muerto en Cambo-Les-Bains, Aquitania, el 18 de Mayo de 1909), queremos transcribir la crítica que Enrique Franco escribió para la suite Iberia y que se puede leer en el libretto de la versión interpretada por el pianista Esteban Sánchez y editada por el sello discográfico Ensayo.


Iberia: la maravilla del piano

No fue la suite Iberia el único legado de Albéniz, sí el más valioso, original y trascendente. Pocas obras valen en música lo que El Albaicín, escribe Claude Debussy en 1913. Unas décadas después opina Olivier Messiaen: “Iberia es la maravilla del piano y tiene un lugar –quizás el más elevado- entre las estrellas más relevantes del instrumento-rey por excelencia”. El crítico Claude Rostand, en 1950: “Es la obra maestra de las obras maestras de Albéniz”.

A lo largo de las doce piezas que componen los cuatro cuadernos de Iberia, Albéniz, genialmente, evoca una España ideal y, al mismo tiempo, la España real que cruzó y vivió de punta a punta. No he visto destacado un hecho que se me antoja importante: cuanto Albéniz evoca en sus “nuevas impresiones” son rincones o paisajes que ha conocido. Absorbe en sus pentagramas la potencia rítmica y los fascinantes colores de su España, de modo muy especial la de la región meridional, pues, no en vano, el compositor se sintió compañero de los pintores españoles de su época: Rusiñol, Zuloaga, Regoyos, etc.

Con todo, esta Iberia incomparable que inicia y, en muchos aspectos, culmina el nacionalismo musical ibérico, tiene en cuenta el dato popular muy raras veces, del mismo modo que casi nunca cedió Albéniz a la tentación de describir, narrar o pintar. La España de Albéniz es una España honda, esencial por mucho que crepite el barroquismo andaluz de su escritura. No hay vértigo en los tempi, ni exageración en la dinámica. Y a propósito de estos rasgos, conviene recordar una anécdota narrada por el director André Messager a Francis Poulenc: “una tarde, en casa de Vincent D’Indy, Chabrier había tocado para Albéniz su Rapsodia España. Por ciertos aspectos –la barba, lo campechano, la truculencia, la generosidad- los dos músicos se asemejaban y, sin embargo, diferían profundamente.

Cuando Chabrier se levantó del piano, después de haber tocado con arrebatado vuelo su genial españolada, se vio a Albéniz acercarse al piano para interpretar música suya con más calma que de costumbre, casi con austeridad”. Sobre su Granada escribe Albéniz, desde su residencia en la Alhambra, a su amigo Moragas: “alejémonos de la visión que tienen muchos de Granada contemplándola a través de las ‘bailaoras’ que expanden por el tablao el amplio vuelo almidonado de la gran cola del vestido de batista. Granada no es eso, amigo Moragas, y la Granada que yo pretendo dar a conocer a mis paisanos los catalanes debe ser, en este momento, todo lo contrario. Quiero una Granada árabe, la que toda es arte, la que toda me parece belleza y emoción y la que pueda decir a Cataluña: sé mi hermana en arte y mi igual en belleza”. Por eso cantó Juan Ramón Jiménez a Isaac Albéniz con acentos profundos y antipintorescos:

“Tú que dejaste mi alma con tu son tantas veces
clara y estremecida,
acoge esta guirnalda que cuelgo en tus cipreses,
de rosa de mi vida.”

Enrique Franco