miércoles, 25 de noviembre de 2009

La gran Europa y la pequeña Europa


Europa no es sólo un territorio. Europa es una cultura, la coronación de un largo proceso histórico que se desarrolló a través de hombres de un origen común.

Esa cultura hoy pelea por no desaparecer. O al menos por eso pelean algunos, no sé si pocos o muchos, pero en todo caso el número ni les agrega ni les quita nada en cuanto a sus valores.

Europa se muere de decrepitud, de consumismo, de debilidad, de abulia, de corrupción, de aburrimiento, sumida en el más crudo materialismo, en el más hondo silencio.
El aire que respira está lleno de agonía y extinción.

Me pregunto si en los pueblos más lejanos, donde llegó un día su estirpe antes numerosa, no se respire todavía un aire más puro, que conserve algo de sus antiguas tradiciones, de su antigua cultura. Quizá los Rus, los lituanos, los boers, los criollos esparcidos por América, los ucranianos, los Bielorusos, los serbios, conserven algo de aquella Europa, de su capacidad de lucha.

Quizá los que tienen el privilegio de caminar sobre calzadas romanas, entre los mármoles de las columnas y las esculturas, bajo las cúpulas y las agujas de las catedrales góticas, ya no vean más que la cáscara de Europa, útil al turismo para el ingreso del dinero necesario, que mantenga la blanda podredumbre de la decadencia.

Pero pertenecer a una cultura es una actitud espiritual, es comprender el espíritu preciso de esa cultura y obrar en consecuencia.
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