Eran las dos de la tarde, cuando, a la
altura del número doce de la calle Amparo, dos agentes de paisano
detenían a un mantero. Otros dos compañeros de “oficio” que habían
escapado de la visita policial, se afanaban en poner a salvo todo un
cargamento de bolsos de imitación y discos piratas ocultándolo
atropelladamente en otro portal aledaño de esa misma calle.
Cuando tuvieron su mercanciía a salvo,
uno de los dos manteros volvió sobre sus pasos para increpar a los
agentes que seguían reteniendo a su compañero de manta. El inmigrante de
raza negra comenzó a gritar llamando a más manteros a la zona, otros
muchos subsaharianos se acercaron a la llamada ya que Lavapiés, antes
castizo barrio madrileño, hoy día es un barrio en el que los
subsaharianos son una de las comunidades mayoritarias. Aparecieron
decenas de inmigrantes y también residentes españoles en el barrio. Uno
de los agentes reaccionó golpeando con su porra al que había dado la voz
de alarma que solo sirvió para que gritara aun más. Continuó gritando y
arrojó una de las zapatillas deportivas que calzaba al funcionario que
lo había aporreado.
Otro policía de la secreta, mientras
llevaba al detenido calle Amparo arriba, sacó su pistola y comenzó a
apuntar a los africanos que lo rodeaban. Finalmente, abrió fuego
apuntando al cielo.
Alarmados por las detonaciones, muchos
vecinos comenzaron a asomarse a las ventanas para ver qué sucedía. Los
africanos comenzaron a lanzar piedras y otros objetos a los agentes, que
los mantuvieron a distancia con nuevos tiros al aire. Al final, los
agentes abandonaron el lugar con el arrestado y, de inmediato,
comenzaron a llegar numerosos efectivos de la Policía Nacional y
Municipal. Media docena de los agentes municipales entraron a la carrera
en el portal en el que los manteros habían escondido su mercancía en
busca de más sospechosos y causando un gran revuelo en el inmueble.
Decenas de inmigrantes y muchos
residentes en la zona, se concentraron frente a los efectivos policiales
desplegados. Se produjeron entonces momentos de tensión con los
policías municipales, muchos de los cuales ni siquiera sabían cuál había
sido el detonante de esa especie de insurrección espontánea. Al final,
tuvo que intervenir el Samur que atendió a varios inmigrantes
contusionados en su enfrentamiento con los agentes, con el mantero
detenido y con el vecindario con el susto en el cuerpo y preguntándose
por qué tienen que vivir en su Madrid escenas propias de los suburbios
de Mogadiscio.